Una mirada de y desde el país del fin del mundo.
Somos más de 43 millones de personas en un territorio de 2.78 millones de kilómetros cuadrados. Somos un país de doscientos años y nos sentimos unos adolescentes que todavía no pueden crecer. (Me pregunto si somos la juventud tardía que todavía no se ha ido de la casa de los padres y están en la cuarta década de vida).
Tenemos una historia de alti bajos, de extremos, de prueba y error. Y cada vez que comenzamos a crecer, somos como aquellos que no saben manejar su economía y nos gastamos todo para volver a caer y empezar de nuevo después de una crisis, sin recordar todo lo que nos había enseñado la anterior.
Y confiamos, y nos hieren; y volvemos a confiar y nos vuelven a herir.
Existe una puja de poder que todos dicen conocer pero sólo saben de su existencia, porque pocos la viven, y ellos compran tanto el papel y lavan tanto sus cabezas que comienzan a defender lo indefendible y se olvidan, una vez más, de las marcas que nos van dejando las consecuencias de esa lucha que no quisimos meternos porque tiene fines que no se amoldan a nuestros valores.
Hoy estamos en crisis social. Si, una vez más.
Y quizá en crisis económica, fiscal, política, etc, etc, etc.
¿Déficit comercial y fiscal? Seguro, hace años. Hay más demanda que oferta. El precio sube. La plata no alcanza. Se nota, se siente. A algunos les duele el no darse lujos, otros lloran de hambre.
¿Crisis social? Vivimos en una guerra sin bombas desde los unitarios y federales, ¿hace falta contestar un sí?
¿Crisis política? ¿Qué es eso? Si hacemos política cada vez que emitimos un comentario. No se puede estar en crisis de algo que es parte de la identidad social que se ha construído desde que tenemos uso de razón y simplemente hoy la llamamos política. Pero NO, no todos pueden comprender ese concepto, y siguen existiendo quienes dicen no meterse ni hablar porque no les importa, y después son los primeros en quejarse, pero nunca se pusieron a investigar quién los respresentaba en esta democracia. Porque el pueblo elige la voz, y eso lleva a la existencia de oposición. De eso se trata la democracia, del espejo en forma masiva como sucede con cada ser de forma individual: que el otro nos muestre lo que no nos gusta de nosotros, y trabajemos para superarlo en nuestro interior.
Si las llamadas crisis que cada uno tiene las llevamos a la sociedad en general, actuamos de la misma forma pero en concepto macro. El humano vive de una crisis en otra, que funcionan como resorte para impulsarnos hacia arriba, y volver a caer pero esta vez más arriba que la última y de a poco ir subiendo escalones, pero siempre con tropiezos.
En cada uno, el último escalón ¿tenemos claro cuál es? ¿Se llega a un momento de equilibrio infinito hasta la muerte? ¿O simplemente esa cima es la desaparición del cuerpo en esta existencia de incertidumbre?
Y depende de esa respuesta, ¿funciona de igual manera en una sociedad? ¿En un país?
Son preguntas con respuestas que nuestra existencia actual no deja poner en palabras y sólo las conocen aquellos que ya no tienen voz.